La cruz del sur

En 1945, Roger Caillois inauguró la primera colección francesa de autores latinoamericanos para la casa editorial Gallimard. Un material propicio para la antropología y la sociología de ese país, que ubicaría a Caillois como intérprete preferencial de las manifestaciones culturales de estas tierras ardientes, y su máximo mediador entre estas y la intelligentsia gala.

POR Gustavo Guerrero

Enero 27 2021

Ilustración de Ana Yael.

El Brasil y América del Sur no tenían un significado muy claro para mí. No obstante, veo aún con gran nitidez las imágenes que inmediatamente evocó esta propuesta inesperada. Los países exóticos se me aparecían como lo opuesto a los nuestros; el término “antípodas” encontraba en mi pensamiento un sentido más rico y más ingenuo que su contenido real.

Claude Lévi-Strauss, Tristes Trópicos (1955)

En 1945, cuando Roger Caillois llegó a un acuerdo con la casa Gallimard para crear una colección destinada a publicar exclusivamente traducciones de obras latinoamericanas, la denominación Cruz del Sur podía denotar varios objetos diferentes y relativamente familiares en la cultura francesa. El primero, y el más obvio, era la constelación austral compuesta por cinco estrellas dispuestas en forma de rombo o losange, un cuadrante celeste que tradicionalmente funge de gemelo sureño de la Cruz del Norte en tanto punto de referencia para la navegación marítima, terrestre y área. Conocida desde tiempos remotos, esta pequeña constelación entra en el repertorio occidental durante los siglos de la expansión europea hacia América, Asia y Oceanía, y por ello hoy aparece en las banderas de un buen número de países que hacen de su ubicación hemisférica un signo de identidad y la indican a través de un símbolo asociado a su pasado colonial. Tal es el caso de Australia, Samoa y, más cerca de nosotros, Brasil. La portada original de la colección de Caillois no solo reproduce las cinco estrellas de la constelación (y agrega otras cuatro) sino que parece aludir también, con sus líneas y colores, a la bandera brasileña, acaso una evocación inconsciente de un caro recuerdo de infancia, como lo escribió alguna vez el propio editor.

Pero Cruz del Sur también era por entonces otra cosa: el nombre que se le da en francés a una alhaja de origen tuareg (llamada así mismo cruz de Agadés) en la cual la constelación aparece representada con cuatro o cinco estrellas. Ampliamente difundida a todo lo largo del Sahara, en los territorios que formaban parte del África Occidental Francesa, esta prenda llegó pronto a la metrópoli y fue reproducida por joyeros y artesanos en formas diversas y estilizadas, destinadas a alimentar el mercado parisino de la moda y sus tendencias étnicas y orientalistas.

En fin, last but not least, a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, como bien lo ha destacado Annick Louis, la denominación Cruz del Sur no podía menos que evocar en Francia el nombre del famoso hidroavión de Jean Mermoz, que desaparece durante un dramático vuelo sobre el Atlántico en diciembre de 1936. Motivo de un sentido duelo nacional, la muerte del aviador y hombre político, así como la de los cuatro tripulantes, rodea de un aura de tragedia y heroísmo la apertura de la línea aérea entre Dakar y Natal, justamente entre el África Occidental Francesa y América Latina. De hecho, Mermoz y su avión quedarán en la memoria como íconos de la aventura de Aeropostal en los dos continentes, y como emblemas de la voluntad gala de establecer y usufructuar una vía de comunicación directa hacia Latinoamérica a través de las colonias africanas. Era un inédito y arriesgado corredor aéreo que debía reducir drásticamente la distancia entre ambos territorios, creando una cierta continuidad espacial.

El sur al que alude el título de la colección de Roger Caillois en 1945 arrastra consigo todas estas referencias, pero no solo designa unos objetos bastante precisos. Connota, además, los contextos por los que se inscriben dentro de la historia de la navegación y la formación de los imperios europeos, así como también al interior de las estéticas del orientalismo o en esas páginas de la epopeya de la aviación moderna en las que se combinan con naturalidad los ideales cosmopolitas, las proezas tecnológicas, las ambiciones coloniales y a veces algún drama personal. Accesoriamente, tal y como consta en la correspondencia que Caillois mantuvo con Victoria Ocampo, el “sur” de La Cruz del Sur encierra un velado homenaje a la célebre revista argentina y al grupo de escritores que acogió al francés en Buenos Aires durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay que reconocer que la referencia argentina le resultaba menos familiar al público al que se destinaban originalmente los libros. Este leía en el título y en la portada más bien una invitación al viaje hacia un horizonte lejano y exótico, avalado por la firma de un gran especialista de aquellas regiones (el nombre de Roger Caillois figurará siempre en las portadas) y por la reputación de una editorial que se había labrado parte de su prestigio apostando por la traducción y por la difusión de literaturas extranjeras.

En efecto, tal y como nos lo recuerda Lévi-Strauss, no era mucho lo que se sabía de América Latina en Francia a mediados del siglo XX. A despecho del tan celebrado vínculo que nuestros modernistas y vanguardistas tejen con la cultura literaria francesa, el continente no tiene un perfil preciso en el imaginario galo y por tanto “sur” solo representa unas antípodas indiferenciadas e inconmensurables, que acaso comparten, con otros territorios coloniales, la promesa de una alteridad radical. La colección de Caillois constituye, en este sentido, una avanzadilla y una propuesta inaugural: se trata de uno de los primeros intentos de elaborar y difundir una cierta idea de América Latina no solo de cara al público francés sino también al europeo, gracias a la influencia de la que aún gozaba entonces París como gran vitrina de las literaturas del mundo. Gallimard es justamente una de las casas que más y mejor encarna esta vocación internacionalista, pues, desde sus inicios en 1911, su catálogo es concebido por el grupo fundador y sus compañeros de ruta (entre los cuales se encontraba, no habría que olvidarlo, Valery Larbaud) a la manera de una ambiciosa biblioteca universal, en la mejor tradición enciclopédica de la Ilustración francesa. Tras dos décadas durante las cuales se publicaron sin distingo bajo el sello de la Nouvelle Revue Française (NRF) las obras extranjeras traducidas junto a las obras francesas, la creación de la colección Du Monde Entier (literalmente “Del Mundo Entero”) en 1931 le da a esta aspiración una forma autónoma y propia. Con ella se abre un espacio específico para la traducción, la promoción y la comercialización de las literaturas extranjeras y se les ofrece a los lectores la posibilidad de acceder a una cartografía continuamente actualizada y ampliada de la literatura mundial.

La pregunta que se plantea enseguida es, evidentemente, por qué era necesario abrir en 1945 una colección destinada exclusivamente a la traducción de autores latinoamericanos cuando existía otra que habría podido darles un lugar más holgado dentro del proyecto universalista de la editorial. Más allá o más acá de la ambición personal de Caillois, las respuestas a esta interrogante son cruciales, creo, tanto para entender la verdadera naturaleza de La Cruz del Sur como para acercarse a las ideas de su fundador y a su postura ante América Latina en el contexto político, literario y cultural francés al concluir la Segunda Guerra Mundial. En realidad, ambas cosas van juntas porque no se puede entender el surgimiento y las características de la colección si no se tiene en cuenta su inserción en un momento histórico clave de las relaciones franco-latinoamericanas y dentro de un proceso histórico en el cual Roger Caillois y su peculiar manera de entender la literatura y la cultura desempeñaron un papel capital.

En efecto, con el final de la guerra, se produce una intensa y rápida reactivación de los vínculos entre Francia y los diferentes países del continente. Para la geopolítica gala, se trata, en un principio, de reanudar los intercambios comerciales, de volver a poner en marcha algunos programas de cooperación que ya existían en los años treinta y de redorar los blasones de una doctrina de la latinidad que se niega a morir. Sin embargo, pronto se hace evidente que la posguerra trae consigo la ambición nueva de extender y profundizar las relaciones atlánticas, sentando las bases institucionales y políticas para la emergencia de un campo autónomo y estructurado, a saber: el área cultural de un latinoamericanismo propiamente francés. Caillois es uno de los más destacados miembros del selecto grupo de intelectuales, universitarios y diplomáticos que, a partir de la liberación, recorre la región y participa activamente en el proceso de construcción de un dispositivo compuesto por distintos organismos, disciplinas y prácticas cuyo objetivo común es renovar y ampliar los lazos entre Francia y Latinoamérica. La creación de La Cruz del Sur en París constituye uno de sus mayores aportes a la formación del campo y es contemporánea con la aparición de un puñado de establecimientos que permiten organizarlo. Citemos la red de Institutos Franceses de América Latina (Ifal) que abren en México, en 1944; luego en Chile, en 1947, y que se completa con la apertura del Centro Francés de Estudios Andinos en Lima, en 1948. A estas instituciones destinadas a recabar información y datos para el desarrollo de la investigación en ciencias sociales y humanas tenemos que agregar, como señala Mona Huerta, entidades como la Casa de América Latina en París, que se inaugura bajo los auspicios de la diplomacia francesa en 1945; la Cámara de Comercio Franco-Latinoamericana, que se funda en 1946, y el Grupo de Amistad Parlamentaria Franco-Latinoamericano, que se crea en la Asamblea Nacional en 1947. Otros hitos que habría que mencionar son la reactivación de la Unión Latina en 1954 y sobre todo la fundación del Instituto de Altos Estudios de América Latina ese mismo año. Este centro de enseñanza e investigación, adscrito a la Sorbona, abre sus puertas en la calle Saint-Guillaume, frente al prestigioso Instituto de Ciencias Políticas, y con él se reafirma la independencia de una política científica que aspira a producir un saber propio de y sobre Latinoamérica, sin pasar por las aduanas norteamericanas o británicas.

Por lo que toca específicamente a las humanidades y a los estudios literarios, sin duda uno de los mayores eventos durante ese período es el viaje del hispanista Marcel Bataillon por varios países de Latinoamérica en 1948. Efectuado bajo los auspicios de la Cancillería gala, y gracias a la mediación de figuras como Alfonso Reyes y Paul Rivet, dicho viaje lleva por primera vez al gran profesor del Collège de France hasta la región y señala su encuentro tardío con la historia y las letras del Nuevo Mundo. Recordemos que, a su regreso en 1949, Bataillon escribe un sonado artículo titulado “Nuestro hispanismo ante América”, que es como un manifiesto a favor del desarrollo de los estudios latinoamericanos en la universidad francesa. En él llama a formar a una nueva generación de hispanistas que reduzca el retraso acumulado en esta área y llene las lagunas en los programas de enseñanza, pues, en sus palabras, “toda cultura hispánica comporta hoy un conocimiento renovado de las cimas de la literatura de América Latina con sus contextos geográficos e históricos”.

La Cruz del Sur parecía responder fielmente a esta necesidad enunciada en 1949 por Marcel Bataillon en el marco de un proceso general de estructuración del latinoamericanismo en Francia. En los seis años que separan la firma del acuerdo con Gallimard y la aparición de los dos primeros títulos en 1951 –Ficciones, de Jorge Luis Borges, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos–, Roger Caillois concibe una colección cuyo objetivo más explícito no es solo crear un espacio editorial propio e independiente para las traducciones de obras latinoamericanas, al margen de la colección Du Monde Entier, sino componer una biblioteca cuya lógica interna refleje y acompañe la urgencia misma en el desarrollo de un área de estudios sobre América Latina que arroje una luz distinta sobre las realidades del continente, tratando de acercarlas y de hacerlas accesibles a públicos nuevos. O, por lo menos, tal es el mensaje que se desprende de la presentación de La Cruz del Sur, redactada por el propio Caillois y destinada principalmente a las librerías y los libreros, que aparece en el Bulletin de la NRF del mes de abril de 1951:

En la colección La Cruz del Sur se incluirán las obras más diversas: obras maestras de la literatura, en primer lugar, obviamente; pero también libros de crítica o de sociología –entre los cuales, algunos son ya clásicos–, los libros más idóneos para dar cuenta de la formación y los modos de desarrollo de los grupos humanos y los valores en un continente aún nuevo, apenas domesticado, donde la lucha contra el espacio y la naturaleza sigue siendo ruda, un continente que posee un estilo de vida particular y al cual sus inagotables recursos predestinan para jugar un papel de primer orden en un futuro próximo.

La idea inicial de Caillois no es, pues, la de ofrecer al público una simple colección de cuentos y novelas latinoamericanos contemporáneos, teñidos ciertamente de exotismo. La idea de Caillois es algo más compleja e implica construir, con La Cruz del Sur, una propuesta de lectura e interpretación, una suerte de máquina de aprendizaje que trace un puente entre la ficción y las ciencias sociales, haciendo que se iluminen mutuamente y mostrando sus relaciones solidarias y necesarias en una aproximación a las realidades de América Latina. No en vano la palabra “documento”, como bien observó con anterioridad el hispanista Claude Fell, es la más empleada en las presentaciones de las contratapas o cuartas de forro de la colección para describir el tipo de texto que se publica, trátese de cuentos, novelas o ensayos. Detrás de esta pedagogía de lo latinoamericano, que, insisto, acompaña en el tiempo el proceso de emergencia de un latinoamericanismo francés, podemos adivinar la presencia no del Caillois de la revista Sur sino del Caillois miembro fundador del famoso Colegio de Sociología en los años treinta. Me refiero al joven renegado del surrealismo que, junto a George Bataille y Michel Leiris, se lanza a la aventura de buscar un territorio común entre la literatura, las ciencias sociales y la acción política. Ese Caillois, al igual que otros científicos sociales franceses, herederos al fin del positivismo, adopta una postura escéptica ante la idea de una autonomía de las artes y las letras, e incluso la pone abiertamente en tela de juicio en algunos ensayos polémicos, como Les impostures de la poésie, que aparece en Buenos Aires en 1944. La unidad de representaciones, poderes y saberes que animó los trabajos del Colegio fue, sin lugar a duda, uno de los principios a los que Caillois siguió siendo fiel a pesar de sus contradicciones y que parece adquirir un peso específico a la hora de diseñar la colección. A la pregunta de por qué era imperioso crear un sello latinoamericano dentro de la casa Gallimard en 1945 cuando existía ya la colección Du Monde Entier, una primera respuesta se enlaza con este proyecto disciplinario, pedagógico y divulgativo que, sin ocultar sus ambigüedades, le daba un perfil particular a La Cruz del Sur en la coyuntura francesa de la inmediata posguerra.

Entre los textos que nos permiten acercarnos hoy a la recepción más temprana de la colección, ninguno hace tan explícito el proyecto que va infuso en su diseño como la reseña que firma el antropólogo Roger Bastide en la revista Annales en 1958. Titulada elocuentemente “Bajo el signo de La Cruz del Sur: América Latina en el espejo de su literatura”, la larga nota se presenta como un recorrido por los principales títulos publicados por Caillois hasta entonces y su objetivo es doble. Por un lado, muestra cómo la literatura puede servir de base para la investigación en distintas disciplinas de las ciencias sociales; por el otro, cómo las ciencias sociales pueden aprender a cernir ciertos fenómenos complejos si toman por modelo las obras de ficción. Bastide parte una lanza a favor de una relación privilegiada entre los dos ámbitos y se detiene a formular una severa crítica de la sociología y las ciencias sociales norteamericanas, tan orientadas hacia la estadística y las matemáticas. Para probar sus dichos, echa mano de los ensayos de Gilberto Freyre editados por La Cruz del Sur, Casa-grande & senzala y Assucar, así como también de las novelas y cuentos de Borges, Asturias, Amado, Carpentier, Güiraldes y Gallegos, entre otros. A lo largo de la reseña, todos pasan a formar parte de una argumentación que no solo aspira a circunscribir –desde una perspectiva francesa– un cierto perfil de América Latina y sus problemas políticos y sociales, sino que además pone de relieve al mismo tiempo, y en el mismo acto, las ventajas de una metodología que integre los datos y los modelos de conocimiento inscritos en las obras literarias.

Valga un botón de muestra. Después de insistir en la importancia de la novela Juyungo, de Adalberto Ortiz, para la comprensión de la cultura de las poblaciones afrodescendientes en Ecuador, Bastide agrega:

Este interés documental de la literatura sudamericana lo encontramos asimismo en muchas otras obras de la colección en las que la novela precede a la ciencia. El sociólogo, al menos hasta años recientes, para no mezclar sus reflexiones personales con su obra y para conferirle a esta última un carácter más objetivo, ha tomado en cuenta sobre todo aquello que en el mundo social estaba ya cristalizado. La regla de Durkheim, que impone estudiar los hechos sociales como cosas, ha desembocado en una cosificación de una realidad frecuentemente fluida. El novelista nos permite observar, por el contrario, los hechos sociales in statu nascendi, como, por ejemplo, Jorge Amado en Capitães da Areia o Miguel Ángel Asturias en Viento fuerte.

Al final de su recorrido por La Cruz del Sur, Bastide llega a una conclusión que, a mi modo de ver, hace explícita la idea de Caillois y la plasma en una propuesta disciplinaria bastante ambiciosa: reivindicar la necesidad de una sociología literaria de las áreas culturales como la manera más idónea de estudiar las formas diferenciales de sensibilidad, de imaginación y de inteligencia entre grupos humanos heterogéneos y desfasados en el tiempo con respecto a la sociedad francesa. Se trata de un modelo de lectura, afirma el antropólogo, “que permite un conocimiento más profundo de esta literatura que el que puede aportarnos una crítica de tipo tradicional”. Bastide lleva agua a su propio molino y al de Caillois, defendiendo así el principio de una lectura especializada. Pero, al mismo tiempo, semejante postulado no puede menos que recordarnos hoy con cuánta regularidad la dependencia contextual aparece como una de las condiciones de recepción de las literaturas periféricas, subalternas o no occidentales en los centros metropolitanos. Para decirlo con otras palabras: la colección La Cruz del Sur se erige en un espacio para la alteridad que encierra una metodología destinada a una comprensión de lo latinoamericano, pero también preserva las distancias y jerarquías entre los dos mundos, cerrando los accesos a la experiencia estética como manifestación moderna de lo general y lo universal. No es otra la contradicción profunda que recorre la colección desde sus inicios y que se expresa en el pensamiento de un hombre que nunca creyó en el relativismo cultural, según se desprende de la agria polémica que lo opone a Lévi-Strauss a mediados de los años cincuenta, justamente cuando está lanzando a Borges, Carpentier, Ramos y tantos otros. Para Caillois, que haya muchas literaturas diversas por todo el planeta no significa que todas valgan lo mismo ni que todas puedan o deban aspirar al mismo tipo de reconocimiento. Quizás por ello la imagen que se forja de la literatura mundial no es la de un haz de redes y de flujos incesantes, sino la de un conjunto de compartimientos separados, estancos y, de preferencia, impermeables. Es lo que describe en el prefacio de un álbum de las literaturas del mundo en 1959, cuando señala que cada cultura debe tratar de descubrir la forma irremplazable que le pide “una historia infinitamente particular”. Y agrega a renglón seguido: “Un pueblo no confiere a su literatura un alcance mundial sino a partir del momento en que deja de vestir su propia cultura con ropa prestada y logra sacar del espesor de sus deseos, sus miserias y sus virtudes el único estilo capaz de expresarlo plenamente”.

Entonces, a la pregunta de por qué era necesario crear en la casa Gallimard, en 1945, una colección exclusivamente destinada a editar autores de América Latina cuando ya existía la colección Du Monde Entier, una segunda respuesta se halla en este afán de Caillois, no exento de paternalismo, de preservar una cierta diferencia latinoamericana y darla a leer a través de su catálogo, como cifra o esencia de América Latina. La Cruz del Sur representaba, en este sentido, un laboratorio o un vivero donde se asistía al desarrollo y a la eclosión de nuestras letras en su expresión más auténtica, madura y necesaria, al margen de corrientes e influencias que pudieran afectarlas. Así se explica la formación de un catálogo del cual Roger Caillois ha de excluir expresamente a autores como Adolfo Bioy Casares o Carlos Fuentes; así se explican también los muchos malentendidos que la traducción, la edición y la recepción de las obras de Jorge Luis Borges acarrean en Francia.

A principio de los años sesenta, y tras la vertiginosa aceleración histórica que representó la Revolución cubana, La Cruz del Sur no solo empieza a ser percibida por algunos escritores latinoamericanos como una empresa anacrónica y excluyente, sino a ser blanco también de ataques más o menos abiertos por parte de otras casas y editores franceses que adelantan una visión distinta de América Latina, acaso más cónsona con el clima de efervescencia que rodea por entonces a todo lo latinoamericano. Tal es el caso de la editorial Julliard y de Maurice Nadeau, uno de los críticos y editores parisinos más reputados de literaturas extranjeras. Es él quien se encarga de preparar, junto a su amigo Octavio Paz, una suerte de aggiornamento que toma la forma de un dossier hoy histórico: “Nuevos escritores de América Latina”, publicado en 1961 por la revista Les Lettres Nouvelles. En él se puede ver y leer una crítica bastante explícita del latinoamericanismo de La Cruz del Sur. Nadeau no duda en señalar en su introducción que lo que se quiere ofrecer a los lectores franceses con este dossier es algo nuevo: no ya una literatura de contenido social, inspiración folclórica o compromiso político, sino otra que ha sido ignorada y que permite descubrir el verdadero nivel de desarrollo actual de las técnicas poéticas y novelescas en el conteniente latinoamericano. Paz, por su parte, y como abundando en el mismo sentido, escribe en el prólogo:

Hemos querido, ante todo, poner de relieve las tendencias que conciben la literatura como invención, como experiencia o como aventura. Literatura problemática, literatura que trasgrede lo prohibido en el lenguaje, en las significaciones o en la realidad. Algunos lectores no dejarán de notar la ausencia de tal o cual nombre, o acaso piensen que tal otro está de más. Tal vez estén en lo cierto. Pero este número no es ni un manual, ni un anuario, es una carta de navegación. Lo que cuenta aquí es la dirección, el sentido, el movimiento. Y añadiría, no la corriente sino la contracorriente: los heterodoxos, los trabajadores subterráneos, los destacamentos que combaten en fronteras indecisas.

A lo largo de esta década, y hasta su desaparición en 1971, La Cruz del Sur ha de convivir con las críticas que proceden de las nuevas generaciones latinoamericanas, del campo literario y editorial francés y aun, internamente, de otros editores de literaturas extranjeras que trabajan dentro de la misma casa Gallimard, como Juan Goytisolo y Ugné Karvelis. Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante y Julio Cortázar, todos inicialmente autores de Caillois, se pasan a la colección Du Monde Entier en los sesenta. Mientras tanto, otros editores y casas editoriales parisinos van sacando a la luz nuevos autores y obras del continente; no solo Julliard y Nadeau, sino también François Maspero, Christian Bourgois, Seuil y Robert Lafon, entre otros. Así, Caillois pierde su monopolio y, con él, el control que podía ejercer sobre la recepción francesa e internacional de las letras latinoamericanas. Sin embargo, todo ello no obsta para que la colección La Cruz del Sur haya ejercido una importante influencia en el proceso de internacionalización de nuestra literatura, y sirviera además de experiencia piloto para su traducción, edición y difusión en otros países europeos e incluso en Estados Unidos.

Tres conclusiones rápidas para cerrar. La primera es que La Cruz del Sur debe ser releída a la luz de las condiciones que determinan su génesis en la historia de la inmediata posguerra europea como expresión de la muy arraigada voluntad política francesa de establecer una red científica y cultural propia en sus relaciones con los países de América Latina. La colección de Caillois es una de las formas que adquiere este corredor directo e inmediato, como si se tratara de una prolongación de la aventura de Aeropostal con otros medios. La segunda conclusión es que la colección de Caillois debe ser releída en el marco del proceso de formación del área de los estudios latinoamericanos en Francia como una propuesta de lectura e interpretación que da cuenta de la influencia que las ciencias sociales francesas aspiran a ejercer en la comprensión de las realidades de América Latina a nivel local y global. Finalmente, creo que la colección de Caillois y su historia deben ser leídas en el contexto de una lucha poscolonial por la igualdad de acceso a la experiencia estética, por la posibilidad de exigir el mismo tipo de reconocimiento que se concede a otras literaturas. En este sentido, es necesario revisar con atención las hipótesis que ven en la traducción y la edición de una literatura periférica, subalterna o no occidental un mecanismo casi automático de adquisición de un capital simbólico que permite romper con las dependencias contextuales. La cuestión de la autonomía, que es un problema de arbitraje de valores, puede ser bastante más compleja de lo que parece a primera vista e insertarse en un debate apenas velado en términos de colonialidad y decolonialidad.

© Este ensayo fue publicado originalmente en Re-mapping World Literature (De Gruyter, 2018).

ACERCA DEL AUTOR


Gustavo Guerrero

Ejerce de consejero literario para la lengua española de la editorial francesa Gallimard. En 2008, su libro sobre Camilo José Cela recibió el prestigioso Premio Anagrama de ensayo.